Deseos
– Por favor devuélvemela. Yo la necesito y a ti no te sirve para nada.
El hombre miró desafiante los pequeños y brillantes ojos que lo observaban detrás de los arbustos.
– ¡NO! ¡Yo la encontré y ahora es mía!
– Ni siquiera sabes lo que es.
– Sé que concede deseos. Con ella puedo tener todo lo que quiera. Solo tengo que descubrir cómo usarla.
– Así no es cómo funciona. No es una herramienta que cualquiera pueda usar simplemente siguiendo instrucciones. Es una parte de mí. Pero si me la devuelves prometo concederte un deseo.
El hombre sostuvo la gran perla dorada, aferrándola más cerca de su pecho y lejos de los pequeños ojos.
– ¡Nunca! Sé todo sobre ti. Solo estás tratando de usar tus trucos en mi para que te la devuelva.
– Tal vez podría hacerlo, si aún la tuviera conmigo. Pero no es así, de modo que mis trucos no sirven para nada. Pero hablo en serio sobre concederte el deseo.
– ¿Por qué debería confiar en ti? ¿Qué vale la palabra de un ser como tú?
– Por lo que veo, más que la tuya. Además, sin mi no podrás obtener ningún deseo de ella de todos modos.
– ¿Y eso qué importa? También puedo venderla. Una perla tan grande debe valer mucho dinero.
Los pequeños ojos soltaron una risita.
– ¿Que es tan gracioso?
– Lo poco que sabes de las cosas en las que te estás metiendo. Si esa gran perla permanece lejos de mi más allá de la puesta del sol, volveré a ser lo que era y la perla también. No tendrás en tus manos nada más que una simple piedra.
El hombre sonrió y entrecerró los ojos mientras una idea cruzaba por su mente.
– Si la perla no funciona sin ti, tal vez todo lo que necesito es tenerlos a ambos. ¿Por qué conformarse con un solo deseo cuando puedo obtener tantos como yo quiera?
– La verdad, yo en tu lugar no intentaría hacer lo que estás pensando.
Súbitamente, el hombre avanzó hacia los arbustos, extendiendo su mano hacia los pequeños ojos brillantes. Antes de que supiera lo que estaba pasando, el suelo desapareció bajo sus pies.
Despertó en el fondo de un viejo pozo. Arriba, muy lejos, podía ver un círculo de cielo azul y la silueta de la cabeza de un zorro viéndolo fijamente.
– ¡Me engañaste! ¡Usaste tus trucos para hacerme caer aquí! ¡Sabía que ibas a hacer esto!
– Oh no, yo no tuve que hacer nada. Tu te encargaste de engañarte a ti mismo. Y con bastante maestría, si me permites decirlo. Si tuviera un sombrero, realmente me lo quitaría ante ti.
– ¡Ayúdame!
– Lo siento, pero me temo que no tengo la fuerza ni las manos necesarias para hacerlo.
– Pero… ¡Me moriré de hambre aquí abajo!
– Oh, no necesariamente, podría llover. El pozo se llena bastante rápido y es posible que te ahogues antes de morir de hambre.
– Por favor. ¡Ayúdame! No quiero morir así.
– ¿Te refieres a ahogarte o morir de hambre?
– ¡De ninguna de las dos! Por favor, deja de burlarte de mí y ayúdame a salir de aquí o ve a buscar ayuda.
– Realmente me gustaría hacerlo, pero el pueblo más cercano está bastante lejos. Me temo que, aun corriendo, con estas patitas no podría llegar antes de que se ponga el sol.
El hombre miró con tristeza la brillante perla que aún sostenía en sus manos antes de arrojarla hacia arriba con todas sus fuerzas.
– Tómala, es tuya. Te la devuelvo.
La cabeza del zorro desapareció por un momento, cuando volvió a asomarse sobre la orilla del pozo parecía ser algo más grande. Una gran perla dorada brillaba suavemente en su frente contra la oscuridad del pozo.
– ¡Bueno, muchas gracias! Qué bueno que me la hayas devuelto. Y, por supuesto, estoy listo para cumplir mi palabra. ¿Qué te gustaría que fuera tu deseo? ¿Oro? ¿Mujeres? ¿Fama? ¿Quizás ser el emperador de tu propio reino?
El hombre inclinó la cabeza, plenamente consiente del humillante sarcasmo en la voz del kitsune.
– Solo deseo salir de este pozo. Murmuró.
Por un momento el hombre casi pudo ver la sonrisa triunfal en el rostro de la criatura mientras pronunciaba una sola palabra.
– Concedido.