Hace años, cuando apenas comenzaba a meter los deditos del pie en este enorme océano del Dharma, me llamó mucho la atención un comentario que hizo Lama Ole Nydahl durante una conferencia pública de introducción al budismo.

Recuerdo que casi al terminar nos dijo;

«Ya sé que la mayoría de ustedes saldrá de aquí y no volverá a acordarse de lo que les he dicho… pero les tengo una muy mala noticia. Aunqe no lo crean, lo que escucharon les hace tanto sentido que ya nunca van a poder volver a echarle la culpa de sus tarugadas a los demás.

De ahora en adelante por mucho  que quieran culpar a la mala suerte, a la sociedad, al diablo… siempre habrá una vocecita en el fondo, como los coros en las tragedias griegas, obligándolos a ver las cosas como son, y a hacerse responsables de ellas.

Bienvenidos a la vida real.»

Esto último lo dijo con una gran sonrisa un tanto maquiavélica, porque sabía muy bien que tenía razón.

A lo largo de los años me he dado cuenta cada vez más de como esa vocecita está siempre presente, a veces susurrando, otras gritando, y otras más simplemente guardando un silencio incómodo que es mucho más elocuente.

No siempre es agradable, a veces incluso desearías poder encontrar el switch para apagarla. Pero cuando te sorprendes a ti mismo reaccionando ante lo que antes te sacaba de quicio con plena tranquilidad sin siquiera proponértelo, sabes que ha valido la pena.

En ese instante es cuando te das cuenta que las enseñanzas del señor del chongo han comenzado a dejar de ser un bonito deseo en abstracto y se han vuelto parte de tu vida.

Ese día por primera vez notas que comienzas a traer el Dharma bajo la piel.