Al bardo con las palabrotas
Seguramente te habrá pasado que tienes un día en el que todo sale mal, de camino al trabajo o escuela te tocan TODOS los semáforos en rojo y en cada esquina te encuentras a una señora que está aprendiendo a estacionar su coche.
Por si fuera poco, tienes una montaña de pendientes esperándote, y entonces piensas : Quiero mandar todo a La Chingada. Sí, ese pueblo en Veracruz en donde los problemas desaparecen.
Decir esto parece relajante y liberador, quizá una forma rápida de liberar la tensión. (y ni hablar de las discusiones en pareja).
Sin embargo, esto rara vez sirve para liberarnos verdaderamente. Las palabrotas al viento rara vez resuelven algo, y los insultos hacía otras personas no suelen quedar impunes -a mediano o largo plazo-.
No son pocas las teorías lingüísticas o psicológicas que señalan que el uso excesivo de malas palabras, si bien nos pueden ayudar a liberar la tensión, en realidad nos impiden afrontar -y resolver, obviamente- la problemática que estamos viviendo.
¿Significa esto que no debemos decir palabrotas? no, no necesariamente. En realidad las palabras solo son eso, palabras. El detalle es que al decirlas, nos estamos yendo por el camino fácil en vez de analizar que es lo que realmente pensamos y lo que sentimos, por lo tanto nos resultará imposible resolver el conflicto.
Y no es que el budismo sea conservador o que considere un «pecado» usar estas expresiones, por el contrario, el precepto de habla correcta no implica que tengamos que hablar con la propiedad de Don Quijote, sino que nos invita a reflexionar ampliamente en lo que decimos , de manera que las palabras que usamos sean una expresión lo más fiel posible de lo que que queremos decir.
Suena aburrido ¿verdad?, pero tiene su lógica, no es lo mismo decir «me siento de la guayaba, váyanse todos al diablo» que «me siento frustrado porque las cosas no están saliendo cómo esperaba, saldré a caminar y pensar en una solución» (ACLARACIÒN: tampoco tenemos que empezar a hablar de modo cursi, incluso maldecir tendría su función su supiéramos realmente lo que queremos decir).
Recapitulando, se trata de PENSAR LO QUE SE DICE; de involucrarse verdaderamente con la experiencia -buena o mala- y ser capaces de explicarla claramente con términos precisos, esto con el fin de atacar la verdadera causa de nuestro malestar, el dharma en si mismo no es una entidad represora, sino una búsqueda de una expresión más rica, más descriptiva y sobre todo más objetiva.
Un buen experimento sería plantearse ante cualquier imprevisto ¿qué tanto me afecta esto?. La mayor parte de las veces descubriremos que no tanto como parece ante nuestra mirada iracunda.
Saludos desde el desierto.
Por Roberto Carlos Gómez
Twitter: @athinux